A veces estamos tan inmersos/as en nuestra rutina que no somos capaces de ver más allá de esta, de tal forma que acaba por sepultarnos. Pero ¿qué pasa si nos atrevemos a alzar nuestra mirada y dirigirla - al menos por un instante - en otra dirección? ¿Y si nos nos concedemos el permiso para parar un poco y observar la vida que sucede a nuestro alrededor? Estamos seguros/as de que este gesto, aparentemente simple, nos dará el regalo de volver a aquellos sentimientos de juego y disfrute de la infancia, muchas veces olvidados, pero nunca perdidos. Desde aquÃ, os invitamos a hacerlo.
El paso de los años habÃa ido cubriendo su piel infantil de una ligera brisa, que luego fue manto, que luego fue tierra, que entraba a bocanadas por su boca, llegando hasta su pecho, inundando de una pesada sensación su alma. A veces se daba por muerta…pero su cuerpo seguÃa balanceándose con la inercia de la vida.
En un ambiguo despertar consiguió ver sus escamas, su piel se habÃa endurecido y apenas dejaba hueco para recibir la luz del sol, para mojarse con la lluvia o para recibir caricia alguna. Tampoco podÃa sentir el contacto de las plantas de sus pies con la tierra.
Lo que habÃa sucedido sin apenas darse cuenta, tuvo que revertirse con mucho esfuerzo y conciencia. Su compasión le permitió vomitar la tierra de su estómago, recuperar su voz. Y jugó a cantar, y jugó a aceptar, y este juego con la vida y con la risa, entrenado con paciencia, la hizo sentir más flexible y más desnuda y con el paso de los años, pudo volver a sentirse viva.
Imágenes originales de Francisco Lillo.
Textos que acompañan a las imágenes de Macarena López.
Texto introductorio de Pilar M. Jiménez.